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La comunicación efectiva y el ámbito de influencia

La mayoría de los desaciertos y/o problemas interpersonales a los cuales nos enfrentamos diariamente se deben precisamente a errores en la comunicación.

Uno de los principios de la comunicación que expone Watzlawick sostiene que es imposible no comunicar, incluso el simple hecho de no decir nada (silencio, ausencia en la interacción u obviedad) emite ya, de por sí, un mensaje, independientemente de que pueda ser correcta o incorrectamente interpretado.

Para ejemplificar, expongamos el caso de la inseguridad, específicamente el de no poder confiar en los demás por considerar que «no son honestos» o que «son interesados».

Cuando alguien llega a establecer una estrategia de desconfianza ante los demás, en ese momento propicia el mismo proceso repetitivo, el mismo círculo de acción presente en aquella persona que no se siente capaz (ejemplo mencionado en el post anterior). Ésta creencia limitante aprendida, ya sea a través de la experiencia propia, o bien aprendida a través del ejemplo observado de personas que le son significativas, o inclusive interiorizada como estrategia recomendada en libros, inclina a la persona a conservar una forma de acción contraproducente como si fuese efectiva.

Al considerar que las personas «no son sinceras» o «son interesadas», quien desconfía va a relacionarse de una manera específica con las personas que le rodean, volviéndose cada vez más exigente en unas ocasiones, en otras evitando la interacción con los demás o, lo que es más común exigiendo y evitando.

Conservar niveles de exigencia saludables es necesario en nuestra vida diaria, sin embargo nos referimos a casos en que la exigencia pasa a ser no saludable, y en lugar de enriquecer la calidad de las interacciones más bien reduce las posibilidades de interacción con los demás, encerrándose la persona en una situación de desconfianza inmovilizante. El sujeto podría estar manteniendo estándares muy altos respecto a cosas o circunstancias que desde otra óptica serían triviales o no le merecerían preocupación alguna. Lo anterior no solo aumenta las probabilidades de sentir insatisfacción y desconfianza ante el comportamiento de los demás, sino que produce en las personas que le rodean sensaciones que les hace alejarse, en el mejor de los casos, o mantener relaciones tóxicas (basadas fundamentalmente en el interés o la desconfianza mutua), en el peor.

La circularidad del comportamiento se instaura entonces: desconfío de las personas porque «no son honestas» o «son interesadas», luego levanto estándares muy exigentes frente a los demás y/o evito relacionarme con ellos, luego las demás personas sienten que soy demasiado exigente o que prefiero mantenerme al margen, luego siento que nadie quiere acercarse a mí por decisión propia y que los que se acercan lo hacen por motivos poco honestos o solamente por interés, y finalmente, esta última experiencia me confirma la creencia de que las personas no son honestas, lo que utilizo para justificar nuevamente mi actitud de desconfianza.

«Para ejercer una influencia benéfica entre los niños, es indispensable participar de sus alegrías.»

Don Bosco

En nuestra interacción con los demás, todas las personas disponemos de ámbitos de influencia. Para facilitar la comprensión sobre estos ámbitos los dividiremos en dos generales: uno de influencia directa y el otro de influencia indirecta.

El «Ámbito de Influencia Directa» se refiere a las dimensiones que podemos gestionar sin la necesidad de mediar con intereses ajenos. Tres ejemplos de ello son, en mayor medida, nuestras acciones, nuestras palabras y nuestras formas de comunicar. Mientras que el «Ámbito de Influencia Indirecta» está referido a las dimensiones, relaciones y cosas con las cuales debemos mediar con la intervención de terceras personas para aumentar la posibilidad de alcanzar nuestros objetivos de interés, o sea, se basa en el acuerdo necesario con otras personas.

Muy esquemáticamente hablando, podemos decir que el «Ámbito de Influencia Directa» corresponderá a un 50% de nuestra comunicación, mientras que al «Ámbito de Influencia Indirecta» le corresponderá el restante 50%.

Recordando el principio de que es imposible no comunicar, nos enfocaremos entonces en el uso consciente y deliberado de aquel 50% directamente influenciable.

Si en una situación un sujeto genera un proceso de comunicación ineficiente o limitante, éste 50% directamente influenciable lo está dirigiendo en su contra, en detrimento de sus objetivos. Ante éste hecho, cualquier otra persona que se acerque a éste sujeto encontrará que ese 50% de la comunicación está siendo un obstáculo, y aunque la segunda persona disponga de su 50% a favor, no podrá haber comunicación efectiva, a menos que el primer sujeto comience a transformar su 50% y genere acuerdos y consensos mutuamente incluyentes.

En el caso de la persona desconfiada, su 50% directamente influenciable se habrá convertido en un muro que le separa de los demás, sin importar cuánta «buena intención» tengan las demás personas de acercarse.

En cambio, si el sujeto desconfiado cambia su estrategia, utilizando ese 50% para generar asertivamente cercanías, acuerdos, y consensos, esto aumentará la cantidad, pero sobre todo, consolidará la calidad de las interacciones interpersonales.

Parafraseando la cita de Don Bosco, entonces: para producir una influencia positiva en la comunicación, es necesario participar de la alegría de las personas cultivando la confianza mutua y el respeto.

El análisis realizado en este post posee un carácter fundamentalmente expositivo, que si bien puede ser utilizado cotidianamente como referencia general, no responde a las posibles especificidades de cada caso. En el Centro Internacional de Programación Neurolingüística y Coaching, trabajamos para facilitarle a nuestros clientes las mejores herramientas para que puedan gestionar mejor y más eficazmente sus propios recursos.

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